número 65 / mayo 2020

Prácticas restaurativas en acción

Probemos Hablando

Martín López

Resumen

Es una intervención que se inspira en profundas convicciones acerca de la capacidad de las personas a las cuales se invita a participar y toma como insumos distintos desarrollos teórico-prácticos acerca de la organización y la facilitación del diálogo, basada en una planificación profesional y realista de los pasos que resultan necesarios para ello.  “Llegué al pabellón y llamé a mi hijo. Le conté. Y me escuchó como nunca me había escuchado. Y me dijo: ‘si a vos te gustó, a mí también’ (...) ‘cuando quieras contarme algo, contame’. Yo le dije: ‘Gracias. te amo. Sigo adelante por ustedes’. Y él me dijo: ‘Vas a salir para estar con nosotros’. La verdad que me estaba emocionando, y entonces le dije que lo llamaba más tarde. A la noche cuando llamé hablé con mi señora. Le conté lo que pasó y ella me dijo lo mismo: ‘si a vos te hace bien a nosotros también”. Por los pasillos de la cárcel, los presos y las presas dicen que "Probemos Hablando se te pega". Yo creo lo mismo. A mí se me pegó: a veces logro probar hablando, otras tantas no; pero se me pegó.

Texto

Con sorpresa encontré una noche en mi teléfono celular un mail de Patricia y Florencia invitándome a escribir un artículo sobre prácticas restaurativas para publicar en su prestigiosa y querida revista. 

El aporte que puedo hacer para honrar la convocatoria tiene que ver con el trabajo que vengo realizando hace algunos años en Probemos Hablando, en el marco del Programa Específico Marcos de Paz, coordinado por la Procuración Penitenciaria de la Nación.

Para quienes este artículo resulta ser la primera aproximación al programa en el que me despeño, a modo de solemne presentación, les cuento que se trata de una experiencia llevada a cabo en distintas cárceles del país cuyos objetivos primordiales, entre muchos otros, son: 1) Promover a la palabra como herramienta para la resolución pacífica de los conflictos de convivencia entre los detenidos y entre éstos y los agentes penitenciarios y   2) Lograr una reducción de los índices de violencia y promover la cultura de la paz.

Es una intervención que se inspira en profundas convicciones acerca de la capacidad de las personas a las cuales se invita a participar y toma como insumos distintos desarrollos teórico-prácticos acerca de la organización y la facilitación del diálogo, basada en una planificación profesional y realista de los pasos que resultan necesarios para ello.

Dicho esto, vuelvo al instante en que terminé de leer la invitación. Fue un momento en el que me surgieron algunas dudas y una certeza.

Dudé si era yo la persona más apropiada para escribir sobre “Probemos hablando” y, por añadidura, si iba a lograr plasmar con claridad en el texto las cualidades que hacen del programa una práctica restaurativa. En el fondo, debo confesar que en muchas ocasiones dudo acerca de esta caracterización respecto de nuestro abordaje, por lo menos si lo intento encasillar dentro de las definiciones más ortodoxas utilizadas para describir ese tipo de prácticas.

Inmediatamente decidí salir del pantano de elucubraciones intelectuales y me dispuse a aferrarme a la certeza de la que les hablé. No debían faltar en el artículo la voz de los protagonistas, sus historias, sus sentimientos y vivencias.

Lo importante, lo que seguramente resultará útil para quien se disponga a leer estas líneas, es la voz de los destinatarios de nuestro trabajo, la de los presos que viven en las cárceles argentinas. Esas voces son las que importan, las que expresando algunas experiencias, ideas y sentires, en definitiva, describirán mejor que ninguna otra las resonancias de nuestra intervención.

Las conclusiones respecto de la naturaleza restaurativa o no del programa quedarán para otra oportunidad o para discurrir acerca de ella en otro ámbito.

Fue así como, a partir del momento mismo en que esa certeza se hizo presente, empecé a buscar en mi memoria y en las de mis compañeros y compañeras de equipo aquellas charlas, anécdotas y episodios ocurridos entre los fríos muros de las prisiones de Ezeiza y Marcos Paz, para después poder compartirlas en este artículo.

Como una de las reglas que rigen nuestro abordaje es la confidencialidad, obviamente no identificaré a los protagonistas con sus nombres ni incursionaré siquiera en descripciones que aludan a sus características y/o rasgos de personalidad, dicho lo cual he aquí algunas de sus historias.

 

Soy papá

— Che, Martín, vos sabes que gracias a ustedes conocí a mi hija. 

— ¿Cómo gracias a nosotros? 

— ¿Te acordás que hace un par de semanas yo te conté que la piba con la que salía antes de caer en cana estaba embarazada? ¿Y que te conté que se re calentó conmigo cuando caí y ni siquiera me mandó a avisar del parto?

—  Sí, sí, ahora que lo decís, me acuerdo.

—  Cuando yo te conté eso, vos me dijiste: "Dale, flaco, si estas bajón por eso, ¿no pensaste en agarrar el teléfono y llamar a la flaca para contarle lo que te pasa y decirle que querés conocer a tu hija?". Bueno, es lo que hice. Tu sugerencia me picó el bocho. Esa misma noche agarré el teléfono y la piba reaccionó bien. Yo pensé que me iba a mandar a recontra cagar, pero no… Y, ¿sabes qué? La semana pasada vino y me la trajo. Es hermosa, no lo puedo creer. Soy papá.

 

La verdad, es que se trataba de un episodio que para mí había pasado desapercibido. Había sido una charla fuera de contexto, que se había dado finalizando una jornada de trabajo bastante caótica, en la que junto a mis compañeras intentábamos llevar a cabo con poco éxito un taller en la cárcel de jóvenes de Marcos Paz.

Uno de los interrogantes que a menudo surge entre los integrantes de “Probemos hablando” tiene que ver con los objetivos del programa. Al principio uno parece tenerlos claros, es más, están por ahí escritos y formulados con suma prolijidad en alguna resolución administrativa. Son objetivos planteados desde nuestra concepción del mundo, desde nuestra formación académica y desde nuestro bagaje cultural. ¿A qué voy con esto? Recuerdo que ese día, caminando por los pasillos del penal junto a mis compañeras y ante el "fracaso" que habíamos experimentado al no poder avanzar con el taller como pretendíamos, yo les decía: “¿Se dan cuenta de que intentamos una y otra vez introducirlos en la temática del taller y estos pibes ni pelota, estaban re volados? Esto que hicimos hoy fue una mierda, son esos días en los que me voy con las manos vacías, lleno de frustración."

Nada más lejos de la realidad.  Los pibes no habían escuchado nada de los que nosotros pretendíamos que escuchen -o sí, nunca lo sabremos- pero hubo uno que escuchó algo que quería escuchar o que se aferró a eso y lo tomó como oportunidad de cambio.

A partir de ese día empecé a aprender algo: el objetivo no es el nuestro. Nosotros estamos, intervenimos, somos una herramienta, un vehículo para que ellos logren aquellos objetivos que necesitan.

 

 

El punto que me faltaba

Miércoles en Ezeiza, Módulo II de la cárcel de adultos. Estábamos tomando mate con alguno de los presos que habían llegado al aula para el encuentro de ese día. Se acerca uno de ellos e interrumpe la conversación que teníamos con uno de sus compañeros,

– Disculpen, ¿puedo interrumpir?

– Sí, dale, no estábamos en nada importante.

– Quiero aprovechar antes de que empiece el curso para contarles algo que me pasó el jueves. Estoy re contento. Conseguí que me dieran un punto más que estaba necesitando en la evaluación para el régimen de progresividad. Le pedí audiencia a la psicóloga.  El miércoles cuando terminó la clase me quedé pensando un montón en el tema ese que explicaron de la comunicación no violenta y me dije “esto lo tengo que hacer”. Cuando hablé con la psicóloga, le hablé de esa manera: no me enojé, no le recriminé nada como habitualmente solía hacer, centré todo lo que le dije en mi persona, describiéndole el trabajo que yo había hecho durante todo este período, enfocándome en mis sentimientos y pidiéndole lo que necesitaba y manifestándole que lo entendía justo en base a la evolución que yo había experimentado en muchísimos aspectos de mi vida.  En definitiva, creo haberme dirigido a ella de otra manera, casi que cumplí con los cuatro pasitos de la comunicación no violenta que ustedes explicaron el otro día. Terminé de hablarle y me dijo: “Por favor aguardame afuera que voy a conversar con mis colegas”. Cuando volvió me dijo que habían decidido darme el punto que había ido a buscar.

 

Este pequeño episodio surgió a la semana siguiente en la que junto a mis compañeros de equipo dimos una “clase” en el marco de un curso sobre herramientas de comunicación que llevamos a cabo durante unas diez semanas en el módulo II de la cárcel de adultos de Ezeiza.

Pasan estas cosas y pasan por estar ahí. Suceden por hacer intentos, con marchas y contramarchas, consecuencia de intervenciones “estratégicas” pensadas a priori de nuestra intervención en campo y más relacionadas con nuestra formación y nuestro esquema de pensamiento, o como consecuencia de intervenciones más “improvisadas” y/o “espontáneas” a las cuales les restamos importancia, pero terminan resonando en un otro de manera, para nosotros, sorpresiva.

Estos pequeños grandes movimientos que suceden dentro de esos muros olvidados son los que motorizan al programa y nos dan energía para seguir adelante.

 

Basta de facas

Estábamos terminando un círculo de diálogo uno de los tantos miércoles de trabajo en el módulo II del penal de Ezeiza. La charla culminaba en un excelente clima hasta que G, uno de los presos, irrumpió y con fuerte tono dijo refiriéndose a otro de los presos: “Necesito decirte algo a vos, U: Me rompió las pelotas el otro día cuando dijiste (…) Yo no tengo nada que ver con eso, ¡sentí que me estabas faltando el respeto loco!  En otro momento te hubiese cruzado y te hubiese faqueado en el pabellón, pero preferí no hacerlo, preferí hacerlo acá, en el grupo y delante de ellos (ndr: haciendo alusión a nosotros, los facilitadores del programa). Quería dejarte eso en claro”.

U lo escuchó con atención, no lo interrumpió en ningún momento, esperó a que termine y le dijo: “Creo que entendiste mal; lo que dije no lo dije por vos.  Si te sentiste aludido o creés que pude haberte faltado el respeto te pido disculpas, acá delante de todos también.  No volverá a ocurrir.  Yo creí que estábamos en confianza y podía citar un ejemplo, pero si ese tipo de cosas te ofenden, no volveré a hacer algo así”.

Los muchachos probaron hablando, se escucharon, se miraron a los ojos, confiaron en el ámbito, en el grupo, en los facilitadores. Confiaron en su capacidad para maniobrar de otra manera.  Cuando los escuchaba se me vino a la mente la metáfora que utiliza Marinés Suares, relacionada con el empantanamiento en la arena y que tantas veces leí cuando me capacitaba para ser mediador.  Somos capaces de hacer otra maniobra para sacar el auto del lugar en el que se atascó, solo que a veces nos bloqueamos, nos enceguecemos y necesitamos de un tercero que nos ayude a visualizarla.  Ese conflicto cuya causa, habrán podido observar, olvidé muy rápido, habitualmente es resuelto en ese contexto de manera violenta, faca en mano, pero ellos parecieron haber encontrado en el espacio de trabajo co-construido a ese tercero que los ayudó a realizar la maniobra alternativa.

 

Muñecas bravas

Cuando mis compañeras[1] de equipo iniciaron el trabajo en el Complejo IV de Jóvenes Adultas ubicado en Ezeiza, el Servicio Penitenciario les advirtió que resultaría imposible trabajar con los tres pabellones existentes atento al alto grado de conflictividad que se generaría en caso de propiciar un intento de abordaje en ese sentido.

Las chicas, según la jerga, “son ásperas”. Así lo demostraron en uno de los primeros encuentros realizados.

Mis compañeras habían preparado la sala para la reunión con mucho esmero y además habían llevado algunas galletitas para compartir un desayuno.

Comenzaron la ronda de mate con las chicas del pabellón “de conducta” pero cuando llegaron al encuentro las que faltaban, las más bravas, una de ellas en tono un tanto desafiante dijo: "Acá no venimos a comer, venimos porque nos interesa la reunión".

Es cierto que el comentario sonó un poquito descortés, pero también que para nosotros, que le ponemos tanta energía a este proyecto, haber despertado ese interés nos ratifica el rumbo.

Muchos meses de trabajo transcurrieron desde entonces, mis compañeras propusieron innumerables actividades con el fin de propiciar el diálogo y la reflexión.  Propusieron lecturas y debates acerca de temas de actualidad, proyectaron películas, invitaron a actrices, armaron círculos de diálogo, hicieron clases de salsa, etcétera. El trabajo dio sus frutos. Aquella advertencia del Servicio quedó en el olvido. En la actualidad las chicas alojadas en los tres pabellones comparten y valoran el espacio y jamás se ha producido un hecho de violencia durante los encuentros.

Mientras escribo estas líneas en días de aislamiento social, ellas esperan ansiosas que suene el teléfono del pabellón para hablar con mis compañeras, que cada dos o tres días les pegan un tubazo para ver cómo llevan la cuarentena. Genias, todas.

 

Frases

En las aulas, pabellones y pasillos de la cárcel se escucharon frases como estas:

- “Desde que hice el curso, incorporé algunas herramientas que me son muy útiles cuando voy al teléfono. Antes no escuchaba, le hablaba encima, me saltaba la térmica enseguida. Ahora espero a que ella termine de hablar, trato de no reaccionar, de frenar mis impulsos. La relación con mi familia empezó a cambiar."

- "En el pabellón las cosas van cambiando, se habla más. Cuando surge algún bondi (en la jerga, “quilombo”) alguien para la pelota y dice probemos hablando".

- “Me ayudan a mantener la mente en otra cosa -lo cual es muy difícil, sobre todo al principio- y a pasar el tiempo”.

- “Nos ayudaron a cambiar entre los compañeros, nos enseñaron que se pueden hablar muchas cosas. A mí, me ayudó mucho. Se podían aprender cosas hablando, la posibilidad de reírse más, no estar tan serios”.

- “Algo que a mí me gustó mucho, y que comencé a utilizarlo todas las noches para poder conciliar el sueño, son los ejercicios de respiración que nos enseñó Ángeles”.  “Ese tipo de cosas estaría bueno seguir haciéndolas.”

- “Este trabajo que hacen ustedes sirve, y mucho, acá adentro”. “El preso necesita hablar, aprender a hablar de otra manera”. 

- “En este espacio es imposible aburrirse”, “se tocan temas importantes, ya que se habla de tu mamá, tu hermana, tu hija”.  

- “Siento la libertad de poder contar de todo”, “encontrar tu parte humana”, “te sentís acompañado”, “es prender un foquito al espacio oscuro de tu celda”, “crea un ambiente donde se sabe que te pueden escuchar”, “que la experiencia sirve para más adelante”, “escuchar lo que viven los demás”, que “brinda herramientas” y que “se comparten cosas de padres”, “te sentís acompañado al compartir la emoción con cada uno. Se amplían tus horizontes. Sentirte acompañado es sentirte humano. Tomás distancia de tus emociones… de una banda de heridas que llevás adentro. Salir de uno mismo es difícil”.

- “Llegué al pabellón y llamé a mi hijo. Le conté. Y me escuchó como nunca me había escuchado. Y me dijo: ‘si a vos te gustó, a mí también’ (...) ‘cuando quieras contarme algo, contame’. Yo le dije: ‘Gracias. Te amo. Sigo adelante por ustedes’. Y él me dijo: ‘Vas a salir para estar con nosotros’. La verdad que me estaba emocionando, y entonces le dije que lo llamaba más tarde. A la noche cuando llamé hablé con mi señora. Le conté lo que pasó y ella me dijo lo mismo: ‘Si a vos te hace bien a nosotros también”.  

 

Con esta pequeña recopilación de textuales, esperando haber cumplido mi cometido inicial y habiendo plasmando en este texto las voces de los presos y presas a quienes visitamos semana tras semana desde hace ya un par de años, voy a ir dando por finalizadas estas líneas, no sin antes permitirme unos últimos párrafos, no para intentar dilucidar si “Probemos hablando” es o no una práctica restaurativa, sino simplemente para, a modo de cierre, decirles lo que es para mí.

“Probemos hablando” es el resultado del coraje de los doctores Mariana y Alberto Volpi -ambos funcionarios de la Procuración Penitenciaria de la Nación- que se animaron a proponer una manera distinta de abordar la problemática de la violencia dentro de la cárcel y de muchas otras, que han puesto su esfuerzo para que esa utopía pudiera ser una realidad; es un programa interinstitucional e interdisciplinario llevado a cabo por personas previamente capacitadas por los mejores mediadores de la Argentina con el objeto de dotarlos de las herramientas para trabajar en tan particular contexto; es un intento contracultural que en estos tiempos de mensajes líquidos y contactos virtuales persigue revalorizar el humanismo; es entrar a un pabellón de una prisión sin ánimos exploratorios; es una invitación a formar parte del programa mate caliente de mano en mano y ronda de bizcochos caseros recién sacados del horno del pabellón; es un curso de negociación y métodos colaborativos de resolución de conflictos; es un círculo de diálogo; es un poner la oreja ante lo urgente y lo desesperante; es el lugar de la catarsis, es el lugar del arte, es un taller de radio y de teatro; es un Dar de Vuelta; es un espacio para el diálogo libre de amenazas, es un espacio para la queja, para la victimización, para la valentía. En definitiva, es un lugar de aprendizaje para todos y todas los que lo protagonizamos, para los detenidos y para nosotros.

Y es un lugar de aprendizaje horizontal: aprendemos todos juntos, aprendemos a despertar todas esas capacidades que los seres humanos tenemos ahí adormecidas. Es el ámbito donde aprendemos a escuchar, a esperar, a no juzgar ni prejuzgar, a reflexionar, a empatizar con el otro, a entenderlo, a comprender su historia, a cambiar afirmaciones tajantes por preguntas. En definitiva, aprendemos unos de otros a explorar un camino distinto, el camino de la no violencia, el camino de la colaboración.

Por los pasillos de la cárcel, los presos y las presas dicen que "Probemos Hablando se te pega". Yo creo lo mismo. A mí se me pegó: a veces logro probar hablando, otras tantas no; pero se me pegó.

 



[1] En el complejo de Jóvenes Adultas de la cárcel de Ezeiza solo operan facilitadoras mujeres.

 

 

Biodata

Martín Pablo López
Abogado, Mediador prejudicial. Hace 20 años me dedico a asesorar a Pymes. Haciendo esa tarea y tratando de ayudar a mis clientes en la resolución de sus conflictos, de a poco y casi sin darme cuenta me fui convirtiendo en mediador. Ese fue el impulso que me llevó a estudiar y capacitarme en el área de resolución de conflictos. En la actualidad, entre otras cosas, me desempeño como facilitador de diálogo en los Complejos penitenciarios de Ezeiza (adultos) y Marcos Paz (Jóvenes). Trabajo para recuperar el diálogo y revalorizar la palabra entre los seres humanos.

ATENCION: Si tiene problemas para descargar el archivo, haga click con el boton derecho de su mouse sobre el link de arriba y elija la opción "Guardar destino como..."

.FORMATO PDF:
Para ver los documentos completos es necesario el programa Acrobat Reader. Si no lo tiene puede descargarlo desde el sitio de Adobe de manera gratuita.